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la educación pública y los medios masivos
de comunicación.
Estos autores sostienen que el proceso de
modernización y el desarrollo capitalista
facilitaron la emergencia del fenómeno. El
proteccionismo en los países centrales, el
libre cambio, por ejemplo, necesitaban de
una nación y un territorio donde el Estado
asegurara la vigencia de los contratos y la
seguridad jurídica. Esto garantizaba la racio-
nalidad para el intercambio comercial que
requiere el capitalismo. Al respecto,
Hobsbawm sostiene que entre 1918 y 1950
se produce el apogeo del nacionalismo
(
Naciones y nacionalismo desde 1870
). El
nacionalismo se transforma en una fuerza
cultural, política y social muy poderosa, de
carácter universal. Ernest Gellner, de origen
judío, nacido y criado en Praga en la cultu-
ra alemana, quien vivió la desintegración de
Europa Central, nos recuerda a Franz
Kafka. A tal punto fue construido el relato
bajo el comunismo que un coronel checo
educado en Checoslovaquia bajo el Pacto de
Varsovia me sorprendió al admitir que
nunca había oído hablar de Kafka, uno de
los escritores más importantes del siglo XX.
A partir de su definición de la historia euro-
pea como una transición de la sociedad
agraria a la sociedad industrializada, su tesis
es original: el nacionalismo es producto de la
difusión desigual de la industrialización
(
Naciones y nacionalismo
); es una fuerza sub-
versiva y revolucionaria que se apoya en la
frustración que provoca la desigual distribu-
ción económica, más que en ninguna otra
cosa. La humillación explica mucho y
Gellner es directo: el nacionalismo deriva de
la acción de un grupo social que está en des-
ventaja dentro de un espacio cultural unifi-
cado. Descarta su presentación como una
fuerza antigua y cree que es la consecuencia
de una nueva forma de organización social,
derivada de la industrialización y la división
del trabajo. Los nacionalismos no solo adju-
dican un valor sentimental, un sentimiento
de nostalgia, por un territorio “perdido”,
sino que tienen un interés económico que
no se manifiesta abiertamente. El naciona-
lismo no es la cultura popular sino la “alta
cultura” definida como la cultura alfabetiza-
da, que toma un idioma, lo difunde y busca
la homogeneidad de la sociedad. La defini-
ción de Gellner del nacionalismo es clara:
“Es el principio político que sostiene que la
unidad política y nacional deben ser con-
gruentes”.
Otro autor es Anthony Smith, antropólogo
de la escuela marxista que pone el acento en
la importancia de los mitos, valores y sím-
bolos para la conformación del Estado
nación (
The Ethnic Origins of Nations
). En
su descripción sostiene que la mayoría de los
pueblos donde germina el nacionalismo
apelan a la importancia de las raíces étnicas
y culturales. La dirigencia política resalta los
elementos comunes y los diferenciadores,
refuerzan las características que les convie-
nen, dando a la coyuntura una forma, una
dirección y un razonamiento que dirige a la
sociedad a sus metas. Tanto Gellner como
Smith sostienen que el nacionalismo es
anterior a la nación y que la nación es crea-
da por el nacionalismo. Es decir, una élite
crea el Estado moderno y desde el Estado se
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Corazón valiente.
La ola de fervor nacionalista deriva, entre otros factores, del impacto que tuvieron las políticas tatcheristas de los 80 en Escocia
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