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consumidor final tiene mucho poder en
torno al mercado. Y con el delito pasa un
poco lo mismo. Hoy se roban muchos
autos. Cuando yo era chico, lo que se
robaban eran los estéreos. Y todos sabía-
mos dónde se podían comprar estéreos
robados. Íbamos y conseguíamos otro,
quizás uno último modelo, como el que
tenía Sultano que tanto deseábamos.
Hasta quizás era el de Sultano, que había
sido robado la noche anterior. Para que el
delito tenga sentido, necesita de una serie
de actividades paralelas y complementa-
rias, muchas legales. En ese juego la ciu-
dadanía tiene mucho para decir. Estas son
las encrucijadas de la sociedad de consu-
mo extremo.
-Por tanto, ¿su argumento es que el pro-
blema radica en querer consumir a bajo
costo y conseguir productos más baratos?
-Por un lado está esto de la necesidad de
consumo. En todos lados abundan los
mercadillos de segunda mano en los que
la gente consigue mercadería barata sin
importarle de dónde proviene. Pero des-
pués está el tema de las pautas de recono-
cimiento, las ideas que signan lo que es ser
exitoso en la sociedad. En los últimos
saqueos de fin de año, otra vez volvimos a
escuchar eso de que no roban alimentos,
que no tienen hambre, como si solo
pudiera tener un argumento para delin-
quir aquel que es pobre o no tiene comi-
da. La criminalización de la pobreza es
muy peligrosa. El crimen no tiene clase
social. Lo que pasa es que a diferentes
estratos sociales, diferentes estructuras de
oportunidad para diferentes delitos. No
todos acceden a hacer negocios con el
Estado, a la corrupción internacional, a
lavar dinero en paraísos fiscales. En los
saqueos, la gente robaba televisores, cosas
que le dan estatus frente a los demás.
Lamentablemente, vivimos en una socie-
dad en la que, dependiendo de lo que
alguien tenga o deje de tener, lo vemos de
manera diferente. Adoramos demasiado la
riqueza. Si alguno va a tener una reunión
por primera vez con alguien, y esa perso-
na llega en un coche importado último
modelo, el interlocutor se predispone de
manera muy diferente de si esa persona
llega en un coche viejo y en mal estado.
-¿La raíz del problema sería el materialismo?
-No es ni bueno ni malo que las pautas de
reconocimiento sean estas, que haya un
fetichismo por el dinero. El problema es
que hay que ser consecuentes con lo que
esto puede generar. Porque si ese es el
éxito social, hay que ver cuáles son los
caminos verosímiles y efectivos que la
sociedad brinda para conseguir ese objeti-
vo social para el cual se educa. El concep-
to de movilidad social continúa siendo
rector del orden social. Toda sociedad
tiene una lógica de movilidad social, pero
esa lógica puede no seguir los caminos de
la legalidad. Y cuántas veces oímos en
nuestras sociedades que el dinero no se
hace trabajando.
-Entonces, según su argumento, es impo-
sible combatir el delito sin modificar al
mismo tiempo cuestiones culturales.
-Lo que yo propongo es buscar en las pro-
fundidades del problema, en sus raíces, no
en lo que muestra la realidad objetiva. El
que roba algo, difícilmente quiera ese
algo. Ni siquiera quiere el dinero que
puede obtener por ese algo porque, como
ya explicamos, el dinero es un medio, no
un fin. Hay un problema de comprensión
de la esencia del ser humano. La moder-
nidad nos vendió esa idea de ser humano
autónomo, racional, independiente.
Aceptamos esta idea, y con ello desvirtua-
mos la realidad y nos desvirtuamos a
nosotros mismos. El ser humano es total-
mente vulnerable y dependiente de los
demás. Vive de, por y para los demás. Y,
una vez logradas sus necesidades básicas,
lo que procura es solidificar su ego, sentir
que tiene más y mejores herramientas
para incorporar a otros seres humanos a
LIBROS
///
Autor:
Marcelo Moriconi Bezerra
Editorial:
Capital Intelectual
Págs.:
240
Ser violento. Los orígenes de la inseguridad y
la víctima-cómplice
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