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-Y en medio de este análisis, ¿qué lugar
tiene la violencia en el imaginario social?
-La violencia, lo mismo que el delito, la
corrupción, el dinero o el poder, son
medios, no fines. Y la confusión de
medios con fines ha sido, y es, quizás la
mayor limitación cognoscitiva de las cien-
cias sociales. Por este error los diagnósti-
cos fallan y las soluciones nunca llegan. La
violencia es simplemente una herramienta
para conseguir objetivos sociales, econó-
micos, políticos. Y este medio que hoy
tanto se denigra, hace unas décadas era
defendido hasta por un sector de la Iglesia
como una herramienta política eficaz. La
violencia está muy presente en el imagina-
rio como herramienta útil. Diversos
colectivos utilizan grupos de choque vio-
lentos para sus fines políticos, sindicales,
sociales, deportivos. Amenazas, agresio-
nes, imposiciones, golpes, vandalismo son
acciones recurrentes de la vida política y
social de estas sociedades porque su efica-
cia para conseguir objetivos está probada
y aceptada. Podríamos decir que la dife-
rencia entre las sociedades violentas y las
menos violentas, es que ante diferentes
estímulos, la posibilidad de resolver un
problema a los golpes es más frecuente en
las primeras que en las segundas. Pero esa
presencia no es autónoma, sino que apa-
rece y se consolida debido a otras ideas
presentes y naturalizadas en el sentido
común, como la existencia de una Justicia
que no funciona o no es equitativa, de
altos niveles de impunidad, la desjerarqui-
zación de la autoridad, el menosprecio de
las fuerzas de seguridad, el descrédito en la
política y la suposición de que el éxito
social (muy relacionado a lo económico
en estas sociedades) no llega por el cami-
no de la legalidad.
-¿Por ello la idea de víctimas-cómplices?
-El tema de la víctima-cómplice viene por
el lado de entender que el mundo es así
porque nosotros somos así. Es intentar
generar un incentivo discursivo, teórico y
práctico, para que el lector se analice y
aprenda a ser consecuente con los efectos
que generan sus ideas. Y en ese proceso
puede descubrir que él mismo tiene inci-
dencia sobre muchos de los focos de
malestar que sufre y lamenta. Recuerdo
que en los noventa, con toda la cuestión
de la apertura de los mercados, había un
discurso crítico que decía que las grandes
cadenas de supermercados llegaban, se
instalaban y destruían la industria local.
Es verdad que un gran supermercado
puede acabar con las despensas de los
barrios. Pero la verdad es que lo que
determina esto es que los clientes dejan de
ir a la despensa para ir al supermercado. El
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